Veo mi presente tan color de rosas. Entrevistas, programas de radio, reportajes y un sinfín de charlas que he dado a lo largo de los años exponiendo mi caso me han dado el bienestar que tengo hoy en día… pero cada vez que debo hablar del tema me sigue consumiendo el miedo. Aún recuerdo cuando tenía mi brazo izquierdo… maldición, de solo pensarlo se me acelera el corazón.
Ahora, escribiendo mi experiencia para un diario importante del país, volveré a contar qué fue lo que ocurrió aquel día. No, no solo fue cuestión de un día. Primero que nada me presentaré ante todos: Soy Sergio Acevedo, un viejo jubilado de ya 65 años. He tenido la “suerte” de vivir algo terrorífico en mi adolescencia, cosa que me hizo dedicarme de lleno al mundo del terror, pero en ningún proyecto de los que he trabajado me ha puesto los pelos de punta como mi… trauma.
Los contextualizaré un poco. En esos años vivía en un pequeño pueblo junto a mi madre. Mi padre había fallecido por un cáncer mal tratado. Con lo poco que teníamos pude estudiar. Siempre intenté ayudar a mi madre en lo que pude, pero cuando quería buscar un trabajo después de clases siempre me decía lo mismo: “Descansa hijo. Debes ser el mejor de la clase para que cuando tengas hijos no pasen por lo mismo”. Claro, con esa frase más ganas me daban de traer un poco de dinero extra en a la casa. Vivíamos de oficios que hacía ella, como por ejemplo lavar la ropa de los vecinos, cuidarle los bebés, etc. Era toda una luchadora.
Pero bueno, volvamos al tema central. Cuando yo tenía solo 14 años recuerdo que hubo un fatal incendio, el cual consumió por completo una casa. Murió casi toda la familia que allí vivía, excepto una pequeña niña llamada Diana. Esa escena jamás la olvidaré… venía saliendo del colegio y me topé con un grupo inmenso de gente. Se escuchaban gritos desde muy lejos y el olor a cenizas lo podíamos sentir desde la sala de clases. La casa era casi como una mansión, le pertenecía a una familia de mucho dinero. La verdad nunca se supo la causa real del incendio. Solo el cuerpo de la sirvienta fue encontrado, los demás no. Como decía antes, salí del colegio corriendo para ver la escena y lo que más me impacto fue la cara de la pequeña Diana. No lloraba, no tenía cara de tristeza ni nada por el estilo. Era como si no tuviese sentimientos.
Obviamente ante tal fatídico hecho se hizo un funeral en el cual todo el pueblo fue partícipe. El tema de los ataúdes fue algo simbólico, pues no había nada adentro. Fue extraño, todos lloraban. El sentimiento de dolor, angustia, pena e impotencia estaba en el cuerpo de todos, menos en el de Diana. Cuando le tocó a ella despedirse estoy seguro haber sido el único en darme cuenta de su expresión facial. Me aterró ver cómo, al acercarse a los ataúdes, se dibujó una escueta sonrisa casi diabólica. No tenía sentido, Diana tenía solo 10 años… ¡Debió haber estado llorando a mares!
Luego de todo esto, Diana no podía quedarse sola, así que una familia la adoptó. Ella no se resistió, pero tampoco respondía. Los pseudopsicólogos que había en el pueblo nunca pudieron conectar con la pequeña. Se resistía a hablar.
Pasó el tiempo y me había olvidado casi por completo del tema, hasta que ocurrió un hecho bastante extraño en el pueblo: Un chico del colegio había desaparecido. Las “autoridades” del pueblo investigaron todo lo que pudieron, pero no hallaron pista alguna. Los vecinos hacían búsquedas grupales por los alrededores del pueblo… sin ningún resultado. Era como si se hubiese esfumado por arte de magia. ¡Ja! Ojalá hubiese sido magia.
Lo extraño siguió ocurriendo, esta vez en la casa de la familia adoptiva de Diana. De vez en cuando se escuchaban discusiones al interior de su hogar. Gritos de Diana eran muy recurrentes. El pueblo era pequeño así que se escuchaba en casi todas las casas.
Todo esto pasaba y yo casi no me enteraba. La verdad, no me interesaba en lo más mínimo, hasta un día que me la topé cuando salía de clases. Recuerdo que iba camino a mi casa cuando se escucharon unos gritos de niña a lo lejos, pasaron unos minutos y Diana estaba corriendo en dirección a mí. Cuando estaba cerca la frené y le pregunté qué ocurría. Me miró y no dijo nada. “¿Necesitas ayuda o algo?”, pero me miraba fijamente a los ojos sin decir nada. Cuando me sentí incómodo y me disponía a seguir mi camino me dijo: “¿Quieres jugar conmigo?”. En el momento sentí ternura por ella y acepté. Me llevó a su casa y me recibieron muy felizmente. Demasiado diría yo: “¡Qué sorpresa! Es segunda vez que alguien habla con Diana. Quédate el tiempo que quieras, te serviremos lo que desees”, me decía su madre adoptiva. En ese momento me di cuenta que la familia que la había adoptado era de una situación económica bastante similar a la de sus difuntos padres. Le acepté gentilmente su ofrecimiento y Diana me esperaba en una habitación llena de juguetes. Estuvimos allí un buen rato, hasta que me di cuenta que era hora de irme a casa. “¿Vendrás mañana, verdad?”. Me parecía una buena niña, así que mi respuesta fue afirmativa.
La verdad es que no me incomodaba jugar con una niña como ella. Además, lo hacía porque me daba pena su historia y al parecer no tenía amigos. Lo que me intrigaba era qué había pasado con su antiguo amiguito, y un día mi interrogante fue aclarada por la madre adoptiva: “Diana solía juntarse algunos días con Santiago, el pequeño que desapareció hace poco”. Ya me quedaba claro, su vida era desgracia tras desgracia, así que seguí yendo a su casa después del colegio.
Hubo un solo problema, Diana era muy insistente, quería que estuviese todo mi tiempo con ella jugando. Y era raro, prácticamente jugaba sola, yo solo la acompañaba. Un día estaba muy cansado y le dije que debía irme temprano: “¿Qué ocurre? ¿Te aburres conmigo? Bueno, mañana haremos algo nuevo”. No le presté atención y me fui.
Al siguiente día no pude ir, pero me enteré que los padres adoptivos se habían ido por un buen tiempo del pueblo. Le habían pagado a la sirvienta para que se quedara el tiempo necesario, según ella misma me contaba: “Me dijeron que una vez por semana iba a recibir mi paga, pero no sabían por cuánto estarían de viaje. Espero que no demoren mucho, Diana es una niña muy complicada”. Me extrañaba, yo nunca la había visto hacer nada raro: “Yo debo vivir prácticamente acá… si salgo de la casa, aunque sea un minuto, Diana puede destrozar la casa. Múltiples veces ha intentado incendiar la casa. A veces, durante la noche, se levanta dormida y agarra cualquier objeto para atacar a sus padres adoptivos… susurra “quiero que jueguen conmigo”. Sí, es una sonámbula peligrosa”. Después de eso me espanté un poco.
No fui a esa casa por unas cuantas semanas, hasta que un día, saliendo del colegio, me esperaba Diana: “¿Ya no quieres jugar conmigo?”. Me espanté inmediatamente. No sabía qué hacer, así que la seguí hasta su casa. “¿Algo malo te dijo la sirvienta? Esa infeliz…”, la interrumpí antes de que terminara su frase. Apuré el paso para desocuparme rápido. Al día siguiente fui de nuevo, pero la sirvienta no me habló. Me hizo pasar rápidamente y se fue casi corriendo a la cocina. “¡Hey! Vamos a jugar, deja de fijarte en esa idiota”. Cada vez me sentía más extraño con Diana. “Sabes… todas las mañanas me dejan salir una hora. Nadie sabe qué hago o a dónde voy. Esa hora la uso para jugar con mi familia y mi otro amigo en una cabaña que está afuera del pueblo”, me decía mientras peinaba a una de sus muñecas. Lo siguiente hizo que mi corazón se acelerara: “Yo creo que mañana tendré listo un nuevo amigo. Tienes que venir sí o sí. Iremos cuando salgas del colegio”.
No solo la frase me preocupó, sino que después, cuando iba saliendo, me encontré una carta a la entrada de la casa. La tomé y se la iba a pasar a la sirvienta, pero me miró con una cara de miedo total. Me la quedé y me fui. Cuando llegué a mi casa entré a mi cuarto y la abrí… era una carta de los padres adoptivos de Diana hacia la sirvienta: “Doña Susy, no podemos soportar más esta vida. Adoptar a Diana fue el peor error que cometimos. No nos podemos librar de ella, es… es un demonio. Cuando estamos lejos sentimos la presencia de ella como si nos estuviese espiando. No podemos vivir así. Sea buena con ella y no le pasará nada. Su pago se hará efectivo cada semana que esté allá. Nos despedimos de usted y de nuestra vida. Adiós”. Cada palabra que leía era peor. Sentía cómo me tiritaban las manos y la carta se movía. En ese momento fui un idiota y no hice nada. La sirvienta me había dado la carta por algo, era una señal. Quería que la ayudara pero no supe cómo actuar… ¡Tenía solo catorce años! Después de eso obviamente no quise ir al día siguiente.
Empecé a sentirme perseguido. Cada vez que salía del colegio caminaba lo más rápido posible hasta mi casa, mirando hacia todos lados por si estaba Diana. Un día… un maldito día cuando llegué a mi casa, mi madre me recibe felizmente: “Hijo, la pequeña Diana te está esperando. Le serví una taza de leche por mientras. Es un amor esa niña, nunca la había visto así”. En mi mente automáticamente pensé “¡¿QUÉ?!”. Entré y la saludé: “Te vine a buscar para que vayamos a jugar a mi casa. Tengo todo listo”. No sabía qué hacer. Tenía miedo. Pensé que si la delataba haría alguna locura, así que la acompañé. Durante el camino la miré de reojo a cada momento. Me sentía muy inseguro. “Susy ha jugado mucho conmigo desde el día en que te fuiste”. No supe cómo reaccionar a esa frase. No sabía si era algo malo o bueno. Cuando llegamos, me hizo pasar a la sala de juegos. Antes de entrar había una cortina que antes no estaba: “¡Quédate allí! Es una sorpresa”. Sentía un olor extraño… un mal olor. Cada segundo que pasaba me desesperaba más, pero el punto de inflexión fue al escuchar que habían cerrado con llave la puerta. Me volteé para ver qué pasaba y no había nadie. Corrí a la puerta y forcejeé, pero no abría. En ese momento sentí un golpe y perdí el conocimiento. Al despertar estaba sentado, amarrado a una silla. Estaba tan bien atado que no podía moverme mucho. La escena era… terrorífica: Habían sillas ordenadas en una especie de círculo, y yo en medio. Pero, lo que había sentado en esas sillas me hizo gritar de inmediato por auxilio: Estaban los cuerpos de sus padres, el de un niño y el de la sirvienta. Los había peinado, vestido y pintado como si fuesen muñecos. Tenían el abdomen abierto, y se podía ver que tenían relleno de muñeco en el interior. “Veo que despertaste Sergio… te presento a mis padres. Todos pensaban que habían muerto, pero no. Yo incendié la casa para poder hacer esto. Ahora puedo jugar con mis padres, antes ni siquiera los veía por lo ocupado que estaban. ¡Ah! Te presento a Santiago, es un amigo que tuve que traerlo a la fuerza, pero nos llevamos muy bien. Y bueno, no creo que tenga que presentarte a Susy… ¡Ahora sí juega conmigo!”. Casi de inmediato comencé a llorar por la desesperación: “¡No me hagas nada por favor!... ¡AUXILIO! ¡AYUDA!”. Después de gritar Diana me enterró dos veces un cuchillo en mi brazo izquierdo: “Nadie te podrá escuchar, esta sala está aísla el ruido. Se lo pedí a mis padres adoptivos antes de que escaparan”. Después de eso se puso a cantar y a mover los cadáveres, los cuales expelían un olor terrible. “¿Por qué haces todo esto? ¿Por qué?”, le decía entre sollozos. “Yo solo quería jugar contigo, pero tú me abandonaste igual que estos idiotas. Ahora puedo divertirme con ellos… y pronto lo haré contigo”. Cuando dijo esto sentía que el corazón se me salía del pecho. Me intentaba mover para que las cuerdas se soltaran, pero no me resultaba. El brazo izquierdo cada vez me dolía más. Tenía un pequeño charco de sangre a mis pies. Diana seguía jugando como si nada. Yo prefería mantener los ojos cerrados, la escena era inimaginable. La impotencia que sentía era tan grande que volví a gritar como loco: “Te dije que te callaras, imbécil. Tendré que transformarte en mi muñeco, iré por relleno”, acompañó esa frase con múltiples apuñaladas a mi brazo herido. Temía por mi vida, sabía que era cuestión de segundos antes de que esta enferma me asesinara. Oía su cantar muy lejano, así que desesperado busqué lo que fuese para poder zafarme, pero no había nada. El brazo izquierdo ya se empezaba a adormecer, estaba perdiendo demasiada sangre. Sentía como los segundos pasaban y no podía hacer nada. En un momento de forcejeo pude soltarme las piernas, pero aun así nada podía hacer más que moverme muy incómodamente. Diana en cualquier momento llegaría. Había un borde en el cual empecé a frotar para que se cortara la cuerda. Me movía para arriba y abajo lo más rápido y fuerte posible para que rompiera la condenada cuerda, pero no funcionaba. Insistí tanto que me había cansado, el brazo seguía botando sangre y la desesperación ya me llevaba al límite. En un momento escuché a Diana acercarse. No sabía qué hacer y me quedé en el lugar, casi en shock. Cuando llegó traía un cuchillo más grande y afilado, junto con una bolsa llena de relleno. “¿Qué estás haciendo?”, sin pensarlo empecé a correr para embestirla. No sé cómo pero pude hacerlo y aun tenía la maldita silla en mi espalda. Cayó de inmediato y comenzó a gritar: “¡Ven aquí Sergio! Tienes que quedarte a jugar conmigo para siempre”. Empecé a embestir a la puerta lo más fuerte que pude, pero no abría. Diana se había parado y venía a atacarme. No sé cómo, quizás por la adrenalina y el saber que iba a morir, pero en la última embestida salí expulsado hacia afuera de la casa. Ella se quedó en la entrada y me advirtió: “No importa a donde vayas. Te encontraré y haré que juegues conmigo por siempre”.
Corrí lo más rápido que pude, como nunca antes lo había hecho. Se me cruzó una persona y me preguntó qué me había ocurrido. Le conté todo y me llevó al hospital del pueblo. Cortaron las cuerdas y pude sacarme la silla de la espalda. Mi brazo lamentablemente había perdido mucha sangre y las puñaladas eran muy graves, así que me amputaron el brazo.
Ya han pasado más de 50 años y sigo con temor. Nadie pudo encontrar a Diana, pero sí recuperaron los cuerpos. Según las autoridades jamás habían visto algo así. El miedo me invade aun porque, cada tantos años, recibo una carta en mi domicilio… lugar que cambio constantemente por lo mismo. La carta siempre dice lo mismo, ya no lo soporto más: “Sergio… Quiero jugar contigo”.
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- Escrito por Vex (El Antro Bizarro)